• CHAUCER. EL CUENTO DE LA PRIORA

    Había en Asia una gran ciudad cristiana en la que exis­tía un ghetto. Estaba protegido por el gobernante del país gracias al asqueroso lucro obtenido por la usura de los judíos, aborrecida por Jesucristo y por los que le si­guen; la gente podía circular libremente por él, pues la calle no tenía barricadas y estaba abierta por ambos extremos. Abajo, en el extremo más lejano, se levantaba una pequeña escuela cristiana en la que una gran multitud de niños reci­bían instrucción año tras año. Se les enseñaban las cosas acostumbradas a los niños pequeños durante la infancia, es decir, leer y cantar. Entre ellos se hallaba el hijo de una viu­da, un muchachito de siete años, un chico del coro que acos­tumbraba ir diariamente a la escuela; también solía arrodillar­se y rezar una Avemaría como se le había enseñado, siem­pre que viese la imagen de la Madre de Jesucristo por la calle. Pues la viuda había educado a su hijo a venerar siempre a Nuestra Señora de este modo, y él no lo olvidaba, pues un niño inocente siempre aprende con rapidez. Por cierto que cada vez que pienso en ello, me acuerdo de San Nicolás, que también había reverenciado a Jesucristo en la misma tier­na edad.

    Cuando este niño pequeño se sentaba en la escuela con su cartilla, estudiando su librito, oía a otros niños que cantaban Alma Redemptoris mientras practicaban con sus libros de himnos. Disimuladamente él se acercó cada vez más, todo lo que se atrevió. Escuchó atentamente la letra y la música has­ta que se aprendió el primer verso de memoria. Debido a sus pocos años, desconocía lo que significaba en latín, hasta que un día empezó a pedir a un compañero que le explicase el significado en su lengua materna y por qué se cantaba. Mu­chas veces se arrodilló ante su amigo rogándole que le tradu­jese y explicase la canción, hasta que finalmente su compañe­ro mayor le dio esta respuesta:

    -He oído decir que la canción fue compuesta para salu­dar a Nuestra Señora y pedirle que sea nuestra ayuda y soco­rro cuando muramos. Esto es todo lo que puedo decirte so­bre ello. Estoy aprendiendo a cantar, pero no sé mucho de gramática.

    -¿Así que esta canción está hecha en honor de la Madre de Jesucristo? -preguntó el inocente-. Entonces haré cuanto pueda para aprenderla antes de la Navidad, aunque me riñan por no saber la cartilla y me peguen tres veces cada hora. La aprenderé para honrar a Nuestra Señora.

    Y así, este amigo se la enseñaba secretamente cada día al regresar a casa hasta que la supo de memoria y la cantó con aplomo, palabra por palabra, entonada con la música.

    Sí, cada día, esta canción pasaba dos veces por su garganta: una, al ir a la escuela, y la otra, al regresar a casa; pues todo su co­razón lo tenía puesto en la Madre de Nuestro Señor.

    Como ya he dicho, este niño iba siempre cantando alegre­mente Alma Redemptons cuando, al ir o al venir, atravesaba el ghetto, pues la dulzura de la Madre de Jesucristo había traspa­sado tanto su corazón, que no podía contenerse de cantar alabanzas en su honor mientras iba de camino. Pero nuestro primer enemigo, la serpiente de Satanás, que ha construido su nido de avispas en el corazón de cada judío, se encolerizó y gritó:

    -¡Oh, pueblo judío! ¿Os parece bien que un muchacho como éste deba andar por donde le plazca, mostrándoos su desprecio al cantar canciones que insultan vuestra fe?

    Desde entonces, los judíos empezaron a conspirar para mandar al niño fuera de este mundo. Para ello contrataron a un asesino, un hombre que tenía un escondite secreto en una callejuela. Cuando el muchachito pasó, este infame ju­dío le agarró con fuerza, le cortó el cuello y lo arrojó dentro de un pozo seco. Sí, lo echó en un pozo negro en el que los judíos vacían sus intestinos. Pero ¿de qué puede aprovecha­ros vuestra malicia, oh condenada raza de nuevos Herodes? El crimen se descubrirá, esto es cierto, y precisamente en el lugar que servirá para aumentar la gloria de Dios. La sangre clama contra vuestro perverso crimen.

    -¡Oh, mártir perpetuamente virgen! -exclamó la prio­ra-, que sigas eternamente cantando al blanco Cordero ce­lestial del que escribiera en Patmos San Juan Evangelista di­ciendo que los que preceden al Cordero cantando una nue­va canción, jamás han conocido cuerpo de mujer.

    Toda la noche estuvo la viuda esperando el regreso del niño, pero en vano. Tan pronto clareó, salió a buscarlo a la escuela y por todas partes, con el corazón encogido y el ros­tro lívido de temor, hasta que, al fin, averiguó que la última vez que había sido visto se hallaba en el ghetto. Con su cora­zón estallando de piedad maternal, medio enloquecida, fue a todos los sitios a los que su imaginación febril pensaba pro­bablemente encontrar a su hijo, mientras invocaba a la dulce Madre de Jesucristo. Por fin se decidió a buscarle entre los judíos. De forma lastimera pidió y rogó a todos y a cada uno de los judíos que vivían en el ghetto que le dijeran si el niño había pasado por allí, pero le respondieron que no. Luego, Jesús en su misericordia quiso inspirar a la madre a que lla­mase a su hijo en voz alta cuando se hallaba junto al pozo en el que había sido arrojado.

    ¡Dios Todopoderoso, cuyo elogio cantan las bocas de los inocentes, contempla aquí tu poder magnífico! Con el cue­llo cortado, esta gema y esmeralda de castidad, este brillante rubí de entre los mártires, empezó a cantar Alma Redemptoris con voz tan fuerte, que todo el lugar resonó.

    Los cristianos que pasaban por la calle se agolparon a mi­rar maravillados. A toda prisa mandaron a buscar al prebos­te. Éste vino de inmediato, y después de haber alabado a Jesucristo, rey de los cielos, y a su Madre, gloria de la especie humana, ordenó que se atase a los judíos. Con lamentacio­nes que acongojaban, subieron al niño, que seguía cantando su canción, y le llevaron en solemne procesión a una abadía cercana. Su madre se hallaba caída junto al féretro, sin fuer­zas, como una segunda Raquel14, y la gente trataba en vano de apartarla de él.

    Después, el preboste dispuso que cada uno de los judíos que habían intervenido en el crimen fuese torturado y eje­cutado de forma vergonzosa, pues no quería tolerar una semejante maldad de índole tan abominable en su jurisdic­ción. «El mal debe recibir su pago debido.» Por eso los hizo descuartizar con caballos salvajes y luego ser colgados de acuerdo con la ley.

    Durante todo este tiempo el niño inocente yacía en su fé­retro ante el altar mayor mientras se cantaba la misa. Luego, el abad y sus monjes se apresuraron a darle sepultura, pero cuando le rociaron con agua bendita y ésta cayó sobre el niño, éste cantó nuevamente Alma Redemptons Mater. Ahora bien, el abad, que era un santo varón, como lo son o deberían serlo siempre los monjes, empezó a preguntar al niño y le dijo:

    -Querido niño, te conjuro por la Santísima Trinidad que me digas: ¿cómo puedes cantar, cuando todos podemos ver que tienes el cuello completamente cercenado?

    -Mi cuello está cortado hasta el hueso del pescuezo -respondió el niño-, y, según todas las leyes de la Natura­leza, debería haber muerto hace mucho tiempo, si no fuera porque Jesucristo ha querido, como podéis leer en las Sagra­das Escrituras, que su gloria sea recordada y perdure. Por ello, en honor de su Santa Madre, puedo todavía cantar Alma con voz clara y fuerte. En lo que a mí concierne, siempre he ama­do este manantial de gracia, la dulce Madre de Jesucristo, por lo que cuando tuve que entregar mi vida, ella vino y me pidió que cantase este himno, incluso en mi muerte, como aca­báis de oír. Y mientras yo cantaba, me pareció que Ella colo­caba una perla sobre mi lengua. Por consiguiente, canto, como siempre debo cantar, en honor de esta bendita Virgen, hasta que me quiten la perla, pues ella me dijo: «Mi niño, vendré a buscarte cuando te quiten la perla de la lengua. No temas, que no te abandonaré.»

    Entonces, aquel santo varón -el abad-, cuando el niño suavemente entregó su espíritu, le extrajo con cuidado la len­gua y tomó la perla. Al ver este milagro, el abad derramó abundantes lágrimas y se echó de bruces a tierra, permane­ciendo inmóvil y como encadenado al suelo, mientras los demás monjes se postraban también sobre el pavimento, llo­rando y proclamando las alabanzas de la Madre de Jesucristo. Entonces se levantaron y sacaron al mártir del féretro y encerraron su tierno cuerpecito en una tumba de mármol claro. ¡Que Dios nos conceda el privilegio de reunimos con él!

    ¡Oh, joven Hugo de Lincoln, muerto por los viles judíos, como es muy bien sabido (pues hace poco tiempo que ocu­rrió el suceso), ruega por nosotros, gente débil y pecadora! ¡Que Dios en su misericordia multiplique sus bendiciones sobre nosotros, por causa de su Santa Madre María! Así sea.

    CHAUCER, Los cuentos de Canterbury.

    • Indicamos la estructura narrativa del texto.
    • ¿Cuál es el tema esencial de este relato?, ¿quiere transmitir un mensaje?, ¿hay una intención moralizante?
    • Caracterización  y clasificación de los personajes: el niño, la viuda, el abad, la Virgen, los judíos.
    • ¿Qué términos se utilizan para caracterizar a los judíos?
    • ¿Qué significa el término “ghetto”?, ¿hay ghetos en la actualidad?
    • ¿Te parece un cuento medieval?, ¿en qué sentido?
    • Investigamos sobre el autor y sobre su obra cumbre, Los cuentos de Canterbury:

      Poeta inglés, uno de los más sobresalientes de su país, cuya obra maestra, Los cuentos de Canterbury, resultó crucial para el posterior desarrollo de la literatura inglesa.”
      “Los Cuentos de Canterbury es una colección de historias cuyo trasfondo lo constituye una peregrinación a la catedral de Canterbury, donde se encuentra la tumba de santo Tomás Becket. El poeta se une a un grupo de peregrinos, vívidamente descritos en el prólogo general, que se alojan en la Tabard Inn (Southwark) para viajar después a Canterbury. Entre ellos hay todo tipo de personajes de muy distinta extracción social, desde un caballero hasta un humilde labrador, y componen un microcosmos de la sociedad inglesa del siglo XIV. El anfitrión propone que, para matar el tiempo, los peregrinos cuenten historias, de modo que cada uno de los aproximadamente 30 personajes (no se llega a conocer con exactitud el número) contará cuatro cuentos. Esta estructura posibilitó al autor el utilizar distintos géneros literarios: vidas de santos, cuentos alegóricos y romances corteses, o mezclas de ellos. El proyecto no llegó a su fin, pues Chaucer sólo pudo escribir 22 cuentos en verso y dos en prosa, más o menos la cuarta parte de lo que había planeado, y eso contando con que algunos de ellos, al parecer, ya los había escrito.” (www.epdlp.com).

    LAS MIL Y UNA NOCHES

    Historia del jorobado con el sastre, el corredor nazareno, el intendente y el médico judío; lo que de ello resultó, y sus aventuras sucesivamente referidas.

    Entonces Scheherezade dijo al rey Schahriar:

    “He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de las edades y de los siglos, hubo en una ciudad de la China un hombre que era sastre y estaba muy satisfecho de su condición. Amaba las distracciones apacibles y tranquilas y de cuando en cuando acostumbraba salir con su mujer, para pasearse y recrear la vista con el espectáculo de las calles y los jardines. Pero cierto día que ambos habían pasado fuera de casa, al regresar a ella, al anochecer, encontraron en el camino a un jorobado de tan grotesca facha, que era antídoto de toda melancolía y haría reír al hombre más triste, disipando todo pesar y toda aflicción.

    Inmediatamente se le acercaron el sastre y su mujer, divirtiéndose tanto con sus chanzas, que le convidaron a pasar la noche en su compañía.

    El jorobado hubo de responder a esta oferta como era debido, uniéndose a ellos, y llegaron juntos a la casa. Entonces el sastre se apartó un momento para ir al zoco antes de que los comerciantes cerrasen su tienda, pues quería comprar provisiones con qué obsequiar al huésped. Compró pescado frito, pan fresco, limones, y un gran pedazo de halaua para postre.

    Después volvió, puso todas estas cosas delante del jorobado, y todos se sentaron a comer.

    Mientras comían alegremente, la mujer del sastre tomó con los dedos un gran trozo de pescado, y lo metió por broma todo entero en la boca del jorobado, tapándosela con la mano para que no escupiera el pedazo, y dijo: “¡Por Alah! Tienes que tragarte ese bocado de una vez sin remedio, o si no, no te suelto”.

    Entonces el jorobado, tras de muchos esfuerzos, acabó por tragarse el pedazo entero. Pero desgraciadamente para él, había decretado el Destino que en aquel bocado hubiese una enorme espina. Y esta espina se le atravesó en la garganta, ocasionándole en el acto la muerte.

    Al llegar a este punto de su relato, vio Schehrezade, hija del visir, que se acercaba la mañana, y con su habitual discreción no quiso proseguir la historia, para no abusar del permiso concedido por el rey Schahriar.

    Entonces su hermana, la joven Doniazada, le dijo: “¡Oh hermana mía! ¡Cuán gentiles, cuán dulces y cuán sabrosas son tus palabras!” Y Schehrezade respondió: “¿Pues qué dirás la noche próxima, cuando oigas la continuación, si es que vivo aún, porque así lo disponga la voluntad de este rey lleno de buenas maneras y de cortesía?”

    Y el rey Schahriar dijo para sí: “¡Por Alah! No la mataré hasta no oír lo que falta de esta historia, que es muy sorprendente”.

    Después el rey Schahriar cogió a Schehrezade entre sus brazos, y pasaron enlazados el resto de la noche, hasta que llegó la mañana. Entonces el rey se levantó y se fue a la sala de justicia.

    Enseguida entró el visir, y entraron asimismo los emires, los chambelanes y los guardias, y el diwán se llenó de gente. El rey empezó a juzgar y a despachar asuntos, dando un cargo a este, destituyendo a aquel, sentenciando en los pleitos pendientes, y ocupando su tiempo de este modo hasta acabar el día. Terminado el diwán, el rey volvió a sus aposentos y fue en busca de Schehrezade.

    Doniazada dijo a Schehrezade: “¡Oh hermana mía! Te ruego que nos cuentes la continuación de esa historia del jorobado con el sastre y su mujer”. Y Schehrezade repuso: “¡De todo corazón y como debido homenaje! Pero no sé si lo consentirá el rey”. Entonces el rey se apresuró a decir: “Puedes contarla”.

    Y Schehrezade dijo:

    He llegado a saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el sastre vio morir de aquella manera al jorobado, exclamó: “¡Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder! ¡Qué desdicha que este pobre hombre haya venido a morir precisamente entre nuestras manos!”

    Pero la mujer replicó: “¿Y qué piensas hacer ahora? ¿No conoces estos versos del poeta?

    ¡Oh alma mía! ¿Por qué te sumerges en lo absurdo hasta enfermar? ¿Por qué te preocupas con aquello que te acarreará la pena y la zozobra?

    ¿No temes al fuego, puesto que vas a sentarte en él? ¿No sabes que quien se acerca al fuego se expone a abrasarse?

    Entonces su marido le dijo: “No sé, en verdad, qué hacer”. Y la mujer respondió: “Levántate, que entre los dos lo llevaremos, tapándole con una colcha de seda, y lo sacaremos ahora mismo de aquí, yendo tú detrás y yo delante. Y por todo el camino irás diciendo en alta voz: “¡Es mi hijo, y ésta es su madre! Vamos buscando a un médico que lo cure. ¿En dónde hay un médico?”

    Al oír el sastre estas palabras se levantó, cogió al jorobado en brazos, y salió de la casa en seguimiento de su esposa. Y la mujer empezó a clamar: “¡Oh mi pobre hijo! ¿Podremos verte sano y salvo? ¡Dime! ¿Sufres mucho? ¡Oh maldita viruela! ¿En qué parte del cuerpo te ha brotado la erupción?” Y al oírlos, decían los transeúntes: “Son un padre y una madre que llevan a un niño enfermo de viruelas”. Y se apresuraban a alejarse.

    Así siguieron andando el sastre y su mujer, preguntando por la casa de un médico, hasta que lo llevaron a la de un médico judío. Llamaron entonces, y en seguida bajó una negra, abrió la puerta, y vio a aquel hombre que llevaba un niño en brazos, y a la madre que lo acompañaba. Y esta le dijo: “Traemos un niño para que lo vea el médico. Toma este dinero, un cuarto de dinar, y dáselo adelantado a tu amo, rogándole que baje a ver al niño, porque está muy enfermo”.

    Volvió a subir entonces la criada, y en seguida la mujer del sastre traspuso el umbral de la casa, hizo entrar a su marido, y le dijo: “Deja en seguida ahí el cadáver del jorobado. Y vámonos a escape”. Y el sastre soltó el cadáver del jorobado dejándolo arrimado al muro, sobre un peldaño de la escalera, y se apresuró a marcharse, seguido por su mujer.

    En cuanto a la negra, entró en la casa de su amo el médico judío, y le dijo: “Ahí abajo queda un enfermo, acompañado de un hombre y una mujer, que me han dado para ti este cuarto de dinar para que recetes algo que le alivie”. Y cuando el médico judío vio el cuarto de dinar, se alegró mucho y se apresuró a levantarse; pero con la prisa no se acordó de coger la luz para bajar, por eso tropezó con el jorobado, derribándolo. Y muy asustado, al ver rodar a un hombre, le examinó en seguida, y al comprobar que estaba muerto, se creyó causante de su muerte. Gritó entonces: “¡Oh Señor! ¡Oh Alah justiciero! ¡Por las diez palabras santas!” Y siguió invocando a Harún, a Yuschach, ( Aarón, Josué) hijo de Nun, y a los demás. Y dijo: “He aquí que acabo de tropezar con este enfermo, y le he tirado rodando por la escalera. Pero ¿cómo salgo yo ahora de casa con un cadáver?”

    De todos modos, acabó por cogerlo y llevarlo desde el patio a su habitación, donde lo mostró a su mujer, contando todo lo ocurrido. Y ella exclamó aterrorizada: “¡No, aquí no lo podemos tener! ¡Sácalo de casa cuanto antes! Como continúe con nosotros hasta la salida del sol, estamos perdidos sin remedio. Vamos a llevarlo entre los dos a la azotea y desde allí lo echaremos a la casa de nuestro vecino el musulmán. Ya sabes que nuestro vecino es el intendente proveedor de la cocina del rey, y su casa está infestada de ratas, perros y gatos que bajan por la azotea para comerse las provisiones de aceite, manteca y harina. Por lo tanto, esos bichos no dejarán de comerse este cadáver, y lo harán desaparecer”.

    Entonces el médico judío y su mujer cogieron al jorobado y lo llevaron a la azotea, y desde allí lo hicieron descender pausadamente hasta la casa del mayordomo, dejándolo de pie contra la pared de la cocina. Después se alejaron, descendiendo a su casa tranquilamente.

    Pero haría pocos momentos que el jorobado se hallaba contra la pared, cuando el intendente, que estaba ausente, regresó a su casa, abrió la puerta, encendió una vela, y entró. Y encontró a un hijo de Adán de pie en un rincón, junto a la pared de la cocina. Y el intendente, sorprendidísimo, exclamó: “¿Qué es eso? ¡Por Alah! He aquí que el ladrón que acostumbraba a robar mis provisiones no era un bicho, sino un ser humano.

    Este es el que me roba la carne y la manteca, a pesar de que las guardo cuidadosamente por temor a los gatos y a los perros. Bien inútil habría sido matar a todos los perros y gatos del barrio, como pensé hacer, puesto que este individuo es el que bajaba por la azotea”.

    Enseguida agarró el intendente una enorme estaca, yéndose hacia el hombre, y le dio de garrotazos, y aunque le vio caer, le siguió apaleando. Pero como el hombre no se movía, el intendente advirtió que estaba muerto, y entonces dijo desolado: “¡Sólo Alah el Altísimo y Omnipotente posee la fuerza y el poder!”

    Después añadió: “Malditas sean la manteca y la carne, y maldita esta noche! Se necesita tener toda la mala suerte que yo tengo para haber matado así a este hombre. Y no sé qué hacer con él”. Después lo miró con mayor atención, comprobando que era jorobado. Y le dijo: “¿No te bastaba con ser jorobeta? ¿Querías también ser ladrón y robarme la carne y la manteca de mis provisiones? ¡Oh Dios protector, ampárame con el velo de tu poder!” Y como la noche se acababa, el intendente se echó a cuestas al jorobado, salió de su casa y anduvo cargado con él, hasta que llegó a la entrada del zoco. Parose entonces, colocó de pie al jorobado junto a una tienda, en la esquina de una bocacalle, y se fue.

    Al poco tiempo de estar allí el cadáver del jorobado, acertó a pasar un nazareno. Era el corredor de comercio del sultán. Y aquella noche estaba beodo. Y en tal estado iba al hammam a bañarse. Su borrachera le incitaba a las cosas más curiosas, y se decía:

    “¡Vamos, que eres casi como el Mesías!” Y marchaba haciendo eses y tambaleándose, y acabó por llegar adonde estaba el jorobado. Y entonces quiso orinar. Pero de pronto vio al jorobado delante de él, apoyado contra la pared. Y al encontrarse con aquel hombre, que seguía inmóvil, se le figuró que era un ladrón y que acaso fuese quien le había robado el turbante, pues el corredor nazareno iba sin nada a la cabeza. Entonces se abalanzó contra aquel hombre, y le dio un golpe tan violento en la nuca, que lo hizo caer al suelo. Y en seguida empezó a dar gritos llamando al guarda del zoco. Y con la excitación de su embriaguez, siguió golpeando al jorobado y quiso estrangularlo, apretándole la garganta con ambas manos. En este momento llegó el guarda del zoco, y vio al nazareno encima del musulmán, dándole golpes y a punto de ahogarlo. Y el guarda dijo: “¡Deja a ese hombre, y levántate!” Y el cristiano se levantó.

    Entonces el guarda del zoco se acercó al jorobado, que se hallaba tendido en el suelo, lo examinó, y vio que estaba muerto. Y gritó entonces: “¿Cuándo se ha visto que un nazareno tenga la audacia de tocar a un musulmán y de matarlo?” Y el guarda se apoderó del nazareno, le ató las manos a la espalda y le llevó a casa del wali. Y el nazareno se lamentaba y decía: “¡Oh Mesías, oh Virgen! ¿Cómo habré podido matar a ese hombre? ¡Y qué pronto ha muerto, sólo de un puñetazo! Se me pasó la borrachera, y ahora viene la reflexión”.

    Llegados a casa del walí, el nazareno y el cadáver del jorobado quedaron encerrados toda la noche, hasta que el walí se despertó por la mañana. Entonces el walí (gobernador de una provincia por delegación del sultán.) interrogó al nazareno, que no pudo negar los hechos referidos por el guarda del zoco. Y el walí no pudo hacer otra cosa que condenar a muerte a aquel nazareno que había matado a un musulmán. Y ordenó que el porta alfanje pregonara por toda la ciudad la sentencia de muerte del corredor nazareno. Luego mandó que levantasen la horca, y que llevasen a ella al sentenciado.

    Entonces se acercó el porta alfanje y preparó la cuerda, hizo el nudo corredizo, se lo pasó al nazareno por el cuello, y ya iba a tirar de él, cuando de pronto el proveedor del sultán hendió la muchedumbre y abriéndose camino hasta el nazareno que estaba de pie junto a la horca, dijo al porta alfanje: “¡Detente! ¡Yo soy quien ha matado a ese hombre! Entonces el walí le preguntó: “¿Y por qué le mataste?” Y el intendente dijo: “Vas a saberlo. Esta noche, al entrar en mi casa, advertí que se había metido en ella descolgándose por la terraza, para robarme las provisiones. Y le di un golpe en el pecho con un palo, y en seguida le vi caer muerto. Entonces le cogí a cuestas, y le traje al zoco, dejándole de pie arrimado contra una tienda en tal sitio y en tal esquina. ¡ Y he aquí que ahora, con mi silencio, iba a ser causa de que matasen a este nazareno, después de haber sido yo quien mató a un musulmán! ¡A mí, pues, hay que ahorcarme!”

    Cuando el walí hubo oído las palabras del proveedor, dispuso que soltasen al nazareno, y dijo al porta alfanje: “Ahora mismo ahorcarás a este hombre, que acaba de confesar su delito”.

    Entonces el porta alfanje cogió la cuerda que había pasado por el cuello del cristiano y rodeó con ella el cuello del proveedor, lo llevó junto al patíbulo, y lo iba a levantar en el aire, cuando de pronto el médico judío atravesó la muchedumbre, y dijo a voces al porta alfanje:

    “¡Aguardad! ¡El único culpable soy yo!” Y después contó así la cosa: ” Sabed todos que este hombre me vino a buscar para consultarme, a fin de que lo curara. Y cuando yo bajaba la escalera para verle, como era de noche, tropecé con él y rodó hasta lo último de la escalera, convirtiéndose en un cuerpo sin alma. De modo que no deben matar al proveedor, sino a mí solamente”.

    Entonces el walí dispuso la muerte del médico judío. Y el porta alfanje quitó la cuerda del cuello del proveedor, y la echó al cuello del médico judío, cuando se vio llegar al sastre, que atropellando a todo el mundo, dijo:

    “¡Detente! Yo soy quien lo maté. Y he aquí lo que ocurrió. Salí ayer de paseo y regresaba a mi casa al anochecer. En el camino encontré a este jorobado, que estaba borracho y muy divertido, pues llevaba en la mano una pandereta y se acompañaba con ella cantando de una manera chistosísima. Me detuve para contemplarle y divertirme, y tanto me regocijó, que lo convidé a comer en mi casa. Y compré pescado entre otras cosas, y cuando estábamos comiendo, tomó mi mujer un trozo de pescado, que colocó en otro de pan, y se lo metió todo en la boca a este hombre, y el bocado le ahogó, muriendo en el acto. Entonces lo cogimos entre mi mujer y yo y lo llevamos a casa del médico judío. Bajó a abrirnos una negra, y yo le dije lo que le dije. Después le di un cuarto de dinar para su amo. Y mientras ella subía, agarré en seguida al jorobado y lo puse de pie contra el muro de la escalera, y yo y mi mujer nos fuimos a escape. Entretanto, bajó el médico judío para ver al enfermo; pero tropezó con el jorobado, que cayó en tierra, y el judío creyó que lo había matado él”.

    En este momento, el sastre se volvió hacia el médico judío y le dijo: “¿No fue así?” El médico repuso: “¡Esa es la verdad!” Entonces el sastre, dirigiéndose al walí, exclamó: “¡Hay, pues, que soltar al judío y ahorcarme a mí!”

    El walí, prodigiosamente asombrado, dijo entonces: “En verdad que esta historia merece escribirse en los anales y en los libros”. Después mandó al porta alfanje que soltase al judío y ahorcase al sastre, que se había declarado culpable. Entonces el porta alfanje llevó al sastre junto a la horca, le echó la soga al cuello y dijo: “¡Esta vez va de veras! ¡Ya no habrá ningún otro cambio!” Y agarró la cuerda. ¡He aquí todo por el momento!

    En cuanto al jorobado, no era otro que el bufón del sultán, que ni una hora podía separarse de él. Y el jorobado, después de emborracharse aquella noche, se escapó de palacio, permaneciendo ausente toda la noche. Y al otro día, cuando el sultán preguntó por él, le dijeron: “¡Oh señor, el walí te dirá que el jorobado ha muerto, y que su matador iba a ser ahorcado! Por eso el walí había mandado ahorcar al matador, y el verdugo se preparaba a ejecutarle, pero entonces se presentó un segundo individuo, y luego un tercero, diciendo todos: “¡Yo soy el único que ha matado al jorobado!” Y cada cual contó al walí la causa de la muerte”.

    El sultán, sin querer escuchar más, llamó a un chambelán y le dijo: “Baja en seguida en busca del walí y ordénale que traiga a toda esa gente que está junto a la horca”.

    Y el chambelán bajó, y llegó junto al patíbulo, precisamente cuando el verdugo iba a ejecutar al sastre. Y el chambelán gritó: “¡Detente!” Y en seguida le contó al walí que esta historia del jorobado había llegado a oídos del rey. Y se lo llevó, y se llevó también al sastre, al médico judío, al corredor nazareno y al proveedor, mandando transportar también el cuerpo del jorobado, y con todos ellos marchó en busca del sultán.

    Cuando el walí se presentó entre las manos del rey, se inclinó y besó la tierra, y refirió toda la historia del jorobado, con todos sus pormenores, desde el principio hasta el fin. Pero es inútil repetirla.

    El sultán, al oír tal historia, se maravilló mucho y llegó al límite más extremo de la hilaridad. Después mandó a los escribas de palacio que escribieran esta historia con agua de oro. Y luego preguntó a todos los presentes: “¿Habéis oído alguna vez historia semejante a la del jorobado?”

    Entonces el corredor nazareno avanzó un paso, besó la tierra entre las manos del rey, y dijo: “¡Oh rey de los siglos y del tiempo! Sé una historia mucho más asombrosa que nuestra aventura con el jorobado. La referiré, si me das tu venia, porque es mucho más sorprendente, más extraña y más deliciosa que la del jorobado”.

    Y dijo el rey: “¡Ciertamente! Desembucha lo que hayas de decir para que lo oigamos”.

    Entonces el corredor nazareno dijo: [...]


    • Las mil y una noches constituye el conjunto de cuentos más importante de la literatura árabe. Su origen es oral (a partir del siglo IX) y su procedencia, diversa (India, Egipto, Arabia…). Será en el siglo XV cuando estos relatos se trasladen a la escritura.
      El marco argumental que une todas las historias es el que sigue: El sultán Shahriar descubre que su mujer lo traiciona y la mata. Creyendo que todas las mujeres son igual de infieles ordena a su visir conseguirle una esposa cada día, alguna hija de sus cortesanos, y después ordenaría matarla en la mañana. Este horrible designio es quebrado por Schehrezade, hija del visir. Ella trama un plan y lo lleva a cabo: se ofrece como esposa del sultán y la primera noche logra sorprender al rey contándole un cuento. El sultán se entusiasma con el cuento, pero la muchacha interrumpe el relato antes del alba y promete el final para la noche siguiente. Así, durante mil noches. Al final, ella da a luz a tres hijos y después de mil noches y una, el sultán conmuta la pena y viven felices.
      ¿En qué líneas se hace referencia a esta historia central que sirve de marco argumental?
    • Identificamos la estructura narrativa del relato.
    • En este relato predomina un tono cómico, ¿qué recursos crean esta comicidad?
    • ¿Qué te parece la actitud de los cuatro personajes implicados?, ¿cómo reaccionan?
    • Analizamos el final del relato, ¿qué le lleva al nazareno a contar una historia?, ¿qué tienen en común estos personajes con Sheherezade?sigo cvon el parrafa
    • ¿Qué papel juega la mujer en  este cuento?, ¿qué característica la definen?

    Cuento del ratón y la comadreja

    Había una mujer cuyo oficio no era otro que descortezar sésamo. Y un día le llevaron una medida de sésamo de primera calidad, diciéndole: “¡El médico ha mandado a un enfermo que se alimente exclusivamente con sésamo! Y te lo traemos para que lo limpies y mondes con cuidado”.

    La mujer lo cogió, puso en seguida manos a la obra, y al acabar el día lo había limpiado y mondado completamente. ¡Y daba gusto ver aquel sésamo tan blanco! Así es que una comadreja que andaba por allí se vio tentadísima, y llegada la noche, se dedicó a transportarlo desde la bandeja en que estaba a su madriguera. Y tan bien lo hizo, que por la mañana no quedaba en la bandeja más que una cantidad muy pequeña de sésamo.

    Y oculta la comadreja, pudo juzgar el asombro y la ira de la mondadora al ver aquella bandeja casi limpia del contenido. Y la oyó exclamar: “¡Ah, si pudiera dar con el ladrón! ¡No pueden ser más que esos malditos ratones que infectan la casa desde que se murió el gato! ¡Como pillase a uno, le haría pagar las culpas de todos los otros!”

    Cuando la comadreja oyó estas palabras, se dijo: “Es necesario, para resguardarme de la venganza de esta mujer, tener que confirmar sus sospechas, en cuanto atañe a los ratones. ¡Si no, puede que la tomara conmigo y me rompiera los huesos!”

    Y enseguida fue a buscar al ratón, y le dijo: “¡Oh hermano! ¡Todo vecino se debe a su vecino! ¡No hay nada tan antipático como un vecino egoísta que no guarda atención alguna a los que viven a su lado y no les envía nada de los platos exquisitos que las hembras de la casa han guisado, ni de los dulces y pasteles preparados en las grandes festividades!”

    Y el ratón contestó: “¡Cuán verdad es todo eso, buena amiga! ¡Por eso, aunque haga pocos días que estés aquí, me congratulo tanto de las buenas intenciones que manifiestas! ¡Plegue a Alah que todos los vecinos sean tan buenos y tan simpáticos como tú! Pero ¿qué tienes que anunciarme?” La comadreja dijo: “La buena mujer que vive en esta casa ha recibido una medida de sésamo fresco muy apetitoso. Se lo han comido hasta hartarse entre ella y sus hijos, y sólo han dejado un puñado. Por eso vengo a avisártelo; prefiero mil veces que lo aproveches tú, a que se los coman los glotones de sus parientes”.

    Oídas estas palabras, el ratón se alegró tanto, que empezó a dar brincos y a mover la cola. Y sin tomarse tiempo para reflexionar, ni advertir el aspecto hipócrita de la comadreja, ni fijarse en la mujer que acechaba, ni preguntarse siquiera qué móvil podía impulsar a la comadreja a semejante acto de generosidad, corrió locamente y se precipitó en medio de la bandeja, en donde brillaba el sésamo esplendente y mondado.

    Y se llenó glotonamente la boca. ¡Pero en aquel instante salió la mujer de detrás de la puerta, y de un palo hendió la cabeza del ratón!

    ¡Y así el pobre ratón, por su imprudente confianza, pagó con la vida las culpas ajenas!

    Al oír estas palabras, el rey Schahriar exclamó: “¡Oh Schehrezade! ¡Qué lección de prudencia hay en ese cuento! ¡Si lo hubiera sabido antes, me habría guardado muy bien de poner una confianza sin límites en mi esposa, aquella libertina a quien maté con mis propias manos, y no hubiese creído en los miserables eunucos negros que ayudaron a la traidora!

    ¿Sabes por ventura alguna historia referente a la fiel amistad?” Y Schehrezade dijo:

    ANÓNIMO, Las mil y una noches.

    • Señalamos la estructura narrativa.
    • ¿A qué género pertenece este cuento?, ¿qué características lo definen?
    • Aunque la finalidad principal de Las mil y una noches es el entretenimiento, en muchas ocasiones se ensalzan virtudes y comportamientos. Ejemplifica esto en el texto. ¿Cuál es el mensaje que transmite?
    • ¿Qué otras fábulas conoces?
    • En Las mil y una noches se emplea la literatura como medio de salvación, ¿crees que la literatura, la ficción pueden ser una vía de evasión, una forma de olvidarse de penas y problemas?, ¿qué función tiene el arte o la literatura?, ¿te parecen necesarias?, ¿son importantes?

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